Jazz en las sierras


Hugo Fattoruso, Jacques Morelenbaum, George Garzone y Wallace Roney se lucieron en la primera edición del Festival Internacional de Jazz de San Luis


El lanzamiento del Festival Internacional de San Luis puede recordarse como uno de los tantos momentos mágicos que deparó este encuentro de "unión y libertad", que asoció con el jazz el notable cellista brasileño Jacques Morelenbaum. Fue al caer la fresca tarde primaveral del pasado viernes 14 de octubre, sobre el escenario del bar flotante del Hotel Potrero de las Funes, cuando la brisa que subía del lago con fondo montañoso se mezclaba con el standard "What Is This Thing Called Love" y la vieja balada del contrabajista Bob Haggart, "What's New?" y ya la escasa visibilidad resaltaba aún más la labor de los músicos del quinteto del promisorio trompetista argentino Mariano Loiácono.

La primera jornada, con una estética sudamericana amparada por el amplio paraguas con el que el jazz cobija a la World Music, abrió con Tonolec. El grupo creado por la vocalista y bailarina Charo Bogarín y el músico Diego Pérez, de Resistencia (Chaco) con fuerte vocación de antropólogos, ofrecieron un particular mix de pop electrónico con letras vertidas en lengua qom (toba). La instrumentación, que incluye aerófonos e instrumentos de percusión, parece conectarse a sus ancestros y crea una atmósfera que remite a una primera expresión musical que trasciende la etnia para conectarse con ritmos africanos y/o universales. Obras propias como "Techo de paja" y originales versiones de "El cosechero"(Ramón Ayala) y "Cinco siglos igual" (León Gieco), sedujeron al público puntano, que asistió en gran número a un festival inédito en su territorio.
Si algo faltaba para seguir calentando el ambiente fue la llegada del gran tecladista y compositor uruguayo Hugo Fattoruso. Esta vez desde un Steinway, con su avasallante carisma y junto a su hermano Osvaldo en batería y Andrés Ibarburu en bajo, el Fatto juega con el candombe y ritmos brasileños, siempre asomándose a lo afro de manera única. Con su canto tan personal y su creatividad a flor de piel le sacó brillo a su "Dadimo candombe" y al tema de Roberto Menescal, "La muerte de un Dios de sal".
Luego de un agotador viaje de ¡quince! horas, que pareció no afectarlo en lo más mínimo, Jacques Morelenbaum ratificó en su discurso musical lo expresado verbalmente, minutos antes. Con el entusiasmo de un amateur y el rigor y excelencia de su profesionalismo, puso el broche de oro al triple recital. Con la sapiencia de Lula Galvao en guitarra y la sutileza, musicalidad del baterista Rafael Banana y la voz encantadora de su esposa, Paula Morelenbaum, recorrieron temas como "Aguas de marzo" y "Desafinado" de Antonio Carlos Jobim, "Corazón vagabundo" de Caetano Veloso y "Mañana de carnaval", de Luis Bonfá.
A pesar de que una jam session extendió la velada hasta la madrugada, varios músicos partieron a la mañana siguiente hacia la cercana Estancia Grande Polo, donde se celebraba el Campeonato Mundial de Polo, bajo el madrinazgo de Susana Giménez, para musicalizar la tarde. Al anochecer, en el auditorio del hotel, llegó la esperada sesión de clausura, abierta por el cuarteto puntano del guitarrista Silvio Páez y su enfoque del jazz-fusión, que incluyó una interesante versión de "Summertime" de George Gershwin.
Otra presencia internacional, esta vez europea, fue la del exquisito pianista romano Fabricio Pieroni, que en breve solo set expuso su idea de tocar temas populares italianos al estilo jazzístico. Para despedirse, invitó a un bandoneonista cuyano y juntos recrearon el tema de "El padrino", de Nino Rota. El saxofonista tenor Ricardo Cavalli, junto a Gujillermo Romero (piano), Carlos Alvarez (contrabajo) y Eloy Michelini (batería), conformando una de las más sólidas secciones rítmicas más ajustadas y creativas del medio local, fueron los anfitriones de George Garzone, el saxofonista tenor y docente, nacido en Boston, que no por nada fue el preferido de su desaparecido colega Michael Brecker.
Garzone, con trabajos junto a Danilo Pérez, Joe Lovano y Gunter Schuller, entre otros, justificó y ratificó sus antecedentes, siendo un instrumentista personal, y que transparenta su punto de referencia: el gran John Coltrane. No es frecuente escuchar a dos tenores de tanta valía, dado el crecimiento de Cavalli. "Naima", composición del citado Coltrane, fue uno de los puntos más altos de un encuentro formidable.
Pero la más acertada de las programaciones del festival fue la elección de convocar al supergrupo que rindió un Tributo a Miles Davis, paradójicamente crecido en la pequeña y homónima ciudad norteamericana de East Saint Louis.
Wallace Roney fue el encargado de la trompeta, con su habitual sonoridad densa y la emotividad que lo caracteriza. Hace años que dirige su propia formación que tiende a preservar el legado de Davis (en los 90 tocó en el Estadio Obras, de Buenos Aires, junto a Herbie Hancock, Wayne Shorter, Ron Carter y Tony Williams, miembros originales del quinteto de Miles). El ya citado Garzone en saxo tenor, Antonio Hart en saxo alto, Cyrus Chesnat en piano, Rufus Reid en contrabajo y Jeff "Tain" Watts en batería completaron el combo, que se paseó por temas habituales de Davis. El repertorio se acotó al período que va de 1959 a 1967. Es decir, en un marco que combina el hard-bop y, principalmente el jazz modal. "Seven Steps To Heaven" (1967) abrió la actuación y puso de manifiesto la convicción y la fidelidad de los artistas al servicio de un icono del jazz cool. Sin embargo, los solos de Antonio Hart fueron explosivos y extrovertidos, pese a una reformulación armónica y un constante estudio de la herencia africana, denota su conocimiento hacia gigantes del bop, como Charlie Parker y Sonny Stitt.
"Blue in Green" fue un vehículo ideal de elaboración sobre un clásico y apreciar a Cyrus Chestnut, que por su amor a los gospels hace poco años grabó un recuerdo a Elvis Presley. "Nefertiti", cuyo lanzamiento en 1967 mereció una calificación de cinco estrellas de la revista Rolling Stone, conservó el lirismo y la frescura de su tiempo. Rufus Reid, el contrabajista que se atribuyó con orgullo ser el más veterano del sexteto, es ecléctico y de amplia soltura rítmica y se ajustó con comodidad a un conjunto que lució en los ensambles. Watts fue una especie de dínamo que marcó y apuntaló a sus compañeros, y reconoció posteriormente que gracias a su hermano que le hizo escuchar a Miles, dejó de lado carrera con el Rhythm & Blues para volcarse definitivamente al jazz. Acaso su paso por este festival de San Luis, en un marco bucólico y musical, confirme lo acertada de su elección.
Por Carlos Inzillo

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